viernes, 20 de septiembre de 2013

Cantad Sacher Tortes


-No sabía que lo tuyo fuera la pluma y el papel -comenté mientras Wunch,
succionando, vaciaba las conchas de sucesivos caracoles.

-Y volviendo a nuestro espectáculo... -prosiguió-. Fun de Siècle..., y notez
bien el travieso juego de palabras: digo fun, «diversión», no fin. Es una
alusión a Viena, donde transcurre la acción.

-¿La Viena contemporánea? -pregunté.

-No, bobo. Una época más antediluviana, con las titis en carruajes y vestidos
al estilo My Fair Lady o Gigi, además de un sinfín de bohemios y bichos raros
que cantan melodías de ayer y hoy por toda la Ringstrasse. Solo Klimt, solo
Schiele, solo Stefan Zweig, y un paleto con bastante buena presencia que
atiende al nombre de Oskar Kokoschka.

-Todos ilustres personajes -intervine cuando los carrillos de Wunch se tiñeron
de color carmesí enhomenaje a la región francesa de Burdeos.

-¿Y por qué hembra pierden el culo todos esos nombres de marca? -
prosiguió-. ¿Cuál es el gancho romántico? Una bomba sexual de la ciudad
llamada Alma Mahler. Habrás oído hablar de ella. Se los cepilló a todos: a
Mahler, a Gropius, a Werfel... Tú di un nombre y seguro que también se lo
pasó por la piedra.

-Pues no sé...

-Pues yo sí lo sé. Es decir, claro que me tomo sutiles licencias con la
narración. Si no, chaval, traeríamos al mundo un peñazo. También estoy
modernizando el lenguaje. Como cuando Bruno Walter se encuentra con
Wilhelm Furtwängler y dice: «Eh, Furtwängler, ¿irás a la barbacoa de Rilke el
sábado por la noche?». Y Furtwängler contesta: «¿La barbacoa?», como si
fuera evidente que no lo han invitado, y Walter va y dice: «Uy, perdona. Me
da que debería haber mantenido cerrado este buzón que tengo por boca».
¿Me explico? El diálogo ha de tener un ritmo urbano actual.
Mientras Wunch acometía su foie a la sartén, empecé a sentir un progresivo
entumecimiento en varias de mis vértebras clave y me aflojé la corbata en un
esfuerzo por respirar.

-Así pues -continuó-, primero viene la obertura, que yo veo como algo ligero
y pegadizo, pero en la escala dodecafónica, a modo de guiño a Schönberg.

-Pero, en buena lógica, habiendo tantos y tan hermosos valses de Strauss... -
atajé.

-No seas bucéfalo -dijo Wunch con un gesto de desdén-. Eso lo reservamos
para la apoteosis final, cuando el público se muera por un respiro después de
dos horas de atonalidad.

-Ya, pero...

-Entonces se levanta el telón y se ven los decorados, todo estilo Bauhaus.

-¿Bauhaus?

-En el sentido de que la forma sigue a la función. De hecho, en la primera
canción, Walter Gropius, Mies van der Rohe y Adolf Loos cantan «La forma
sigue a la función», igual que Guys and Dolls empieza con Fugue for
Tinhorns. Acaba la pieza, ¿y quién entra si no la propia Alma Mahler? Y con
un vestido que la mismísima Jennifer Lopez descartaría por exiguo.
Acompaña a Alma su marido compositor, Gustav. «Vamos, agonías», dice
ella, «andando.» Y el frágil tonadillero contesta: «Solo un strudel más.
Necesito mantener alto el nivel de azúcar en la sangre para no sumirme en
mi cotidiana obsesión por la mortalidad».
Entretanto -se explayó Wunch-, resulta que Gropius le ha echado el ojo a
Alma, cosa que a ella la pone, y canta «Cómo me gustaría tener a Gropius en
la grupa». Acabada la primera escena, se apagan las luces y, cuando se
encienden al principio de la segunda, ella vive con Gropius y lo engaña con
Kokoschka.
muro de cristal, caja de embalar

-¿Y qué fue de Gustav, el marido? -inquirí.

-¿Y tú qué crees? Regodeándose en su cuelgue por Alma, contempla el
Danubio desde un puente, listo para saltar, cuando pasa por allí en bicicleta
el mismísimo Alban Berg.

-¡No!

-«Eh, colega, no estarás pensando en tomar la vía del cobarde, ¿verdad?»,
pregunta. Mahler desahoga sus penas conyugales con él, y Berg le dice que
tiene la solución idónea. Le habla de un tío con barba, uno que vive en el
número diecinueve de Bergasse y que por unos pocos pfennig la hora..., que
por alguna razón el gurú ha reducido a cincuenta minutos, no me preguntes
por qué..., le puede reajustar la mollera.

-¿El diecinueve de Bergasse? Un momento. Mahler nunca fue paciente de
Freud -protesté.

-Da igual. Lo presento como un tartamudo compulsivo, cosa que despierta la
curiosidad de Freud. Un trauma infantil. Una vez Mahler vio ahogarse en nata
montada al burgomaestre de la ciudad. Ahora lo revive. En el centro del
escenario baja un diván y Freud canta una extraordinaria pieza cómica,

«Usted diga la primera gilipollez que le venga a la cabeza». Como es lógico,
tratándose de Freud, todo son dobles sentidos y hacemos una pequeña sátira
de las convenciones vienesas, mostrando que incluso a un gran compositor
de sinfonías como Mahler, inconscientemente, lo único que le pone son los
corsés, la cerveza y el ragtime, pese a que se gana las habichuelas
explotando lo sublime. Freud desbloquea a Mahler para que pueda componer
otra vez y, gracias a ello, Mahler vence su arraigado miedo a la muerte.

-¿Y cómo vence Mahler su miedo a la muerte? -pregunté.

-Muriendo. He llegado a esa conclusión: no hay otra manera.

-Fabian, veo en eso ciertas lagunas. No explicas nada del bloqueo creativo de
Mahler. Solo has dicho que estaba abatido por la pérdida de Alma.
-Exacto -confirmó Wunch-. Por eso mismo le pone una demanda a Freud por
negligencia profesional.

-Pero si está muerto, ¿cómo puede poner una demanda?

-Yo no he dicho que la historia no necesite pulirse, pero para eso están mis
ayudantes Boston y Filadelfia. Bien, como te decía, Alma está liada con
Kokoschka y se la pega a Gropius, con el que vivía. ¿Captas la ironía? Ella
canta «Coqueteo con Kokoschka», pero los acordes menores de la música
insinúan otra cosa. Además escribí una escena brutal en la que Gropius, en
un café, acusa a Kokoschka de pintarrajear su edificio de oficinas recién
construido. «Eh, Kokoschka», dice, «tú has embadurnado de un icor opaco
mi último hito arquitectónico, las nuevas Torres Basura.» A lo que Kokoschka
contesta: «Si a esas cajas de embalar las llamas arquitectura, pues sí, he
sido yo». Encolerizado, Gropius le arroja su ración de Tafelspitz a Kokoschka,
cegándolo por un instante, y exige una satisfacción.

-Un momento -dije-. Esos dos gigantes nunca se batieron en duelo.

-Tampoco se batirán en nuestra pequeña vaca lechera, porque justo en el
último momento llega Werfel disfrazado de deshollinador, y Alma se marcha
con él, dejando a los dos mozos con el corazón partido. Entonces ellos cantan
lo que puede llegar a ser la pieza sarcástica más sofisticada en la historia de
Broadway: «Mi preciosa Schnitzel, eres la Wurst». Fin del primer acto.


Cantad Sacher Tortes, Pura Anarquía, Woody Allen. Ediciones Tusquets.

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