lunes, 15 de abril de 2013

AUTOBIOGRAFÍA SIN HECHOS.

    1.


    Nací en un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes habían dejado de creer en Dios, por la misma razón que sus mayores habían creído en Él - sin saber por qué. Siendo así, y dado que el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente y no porque piensa, la mayoría de esos jóvenes eligieron la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen y no ven sólo la multitud de la que forman parte, sino también los grandes espacios que hay a sus costados. Por eso, ni abandoné a Dios tan ampliamente como ellos, ni acepté nunca la Humanidad. Considere que Dios, si bien improbable, podría ser y en consecuencia, también ser adorado; pero que la Humanidad, siendo una mera idea biológica cuyo significado se limita a la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. Este culto de la Humanidad, con sus ritos de Libertad e Igualdad, me pareció siempre una resurrección de los cultos antiguos, en que los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabezas de animales.
    De tal manera, no sabiendo creer en Dios, y no pudiendo creer en una suma de animales, me ubiqué, como alguna otra gente marginal, a esa distancia de todo a lo que vulgarmente se le llama Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiese pensar, se detendría.
    A quien como yo no sabe, viviendo, tener vida, ¿que le resta sino, como a mis pocos pares, la renuncia como actitud y la contemplación como destino? No sabiendo que es la vida religiosa incapaces de saberlo, porque no se tiene fe con la razón; no pudiendo tampoco tener fe en esa abstracción llamada Hombre, ni sabiendo incluso que hacer con ella ante nosotros, nos quedaba como motivo para tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos, indiferentes a lo divino y desdeñosos de lo humano, nos entregamos con frivolidad a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo refinado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.

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bernardo soares. 1913.

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